Icono del sitio La Buena Vida – Café del libro

Paseo.03: Lo que perdimos al vivir

En Solenoide, Mircea Cartarescu cuenta que cuando llega a la universidad el primer libro que saca de la biblioteca es El tábano, una novela histórica que leyó a los 12 años en una vieja edición de páginas mohosas a la que le faltaban las primeras 50 páginas y con la que estuvo llorando hasta horas después de terminar de leerla, conmovido, emocionado «con el pecho desgarrado».

Pero la segunda lectura no puede terminarla. Apenas acaba leyendo las primeras páginas que no leyó la primera vez se da cuenta de que ese drama romántico es decepcionante y aburrido. Habría querido leer el libro y llorar de nuevo, encerrado en su cuerpo y su mente desaparecidos ya del mundo ocho años después de la primera lectura, con unos ojos cándidos que no juzgaban, abiertos entonces como ya nunca volverían a estarlo.

Y el maravilloso capítulo termina con una frase que me ha dado mucho trabajo: «quizá solo leamos para regresar a la edad en la que aún éramos capaces de llorar con un libro en las manos; aquella época, entre la infancia y la adolescencia, que constituye el dulce prólogo de nuestra vida.»

No tengo ninguna gana de volver a mi adolescencia, pero esta lectura me ha hecho preguntarme qué libros provocaron en mí una conmoción de este tipo.

En 10 años en la librería, a más de cien títulos al año, debería poder recordar muchos libros emocionantes. Y cuando empiezo a pensar en ello enseguida me salen dos o tres títulos y me pongo nervioso al constatar que me cuesta recordar más. Con ansia, comienzo a hacer una lista de adelante hacia atrás y viceversa de los libros que he leído estos diez años. Mi desapego brutal a llevar al día un registro me hace constatar que es un trabajo de investigación imposible y, por eso, empiezo a hacerlo.

La librería ha vivido paralela a la creación y despegue de muchas editoriales independientes nuevas y esta pista me hace viajar por el catálogo de estos sellos para recuperar esos títulos que mis entrañas no han catalogado.

Pero la lista no resuelve mi nerviosismo puesto que me lleva a una lista apática en la que me sigue costando sacar títulos que me provocaran una conmoción. Tampoco deberían ser muchos, lo contrario haría de mi un desequilibrado emocional.

Hace unos días hablaba con un librero de segunda mano a punto de jubilarse con un almacén de medio millón de libros. Me encantó la conversación porque se mostró muy sorprendido de que hubiéramos sobrevivido diez años. A él le parece que la lectura ha desaparecido de la vida de la gente y con una trayectoria profesional de cincuenta años me preguntaba si no debería haber elegido otra profesión. Ese candor y preocupación por mi futuro me resultaron tiernos y emocionantes. Sobre todo porque pertenezco a esa parte de la sociedad para la que la lectura sigue siendo una actividad fundamental y constituye una de las primeras puertas al disfrute y la formación personal.

Pero no consigo recuperar muchos más títulos y, al contrario, recuerdo la emoción que me provocaron algunos con el convencimiento de que si volviera a leerlos ya no me provocarían lo mismo, no me dejarían conectarme con quién era yo hace años, cuando los leí.Y mi tiempo ha pasado.

Y quizás ya no pueda releer igual La vida entera de David Grossman, o Stoner de John Williams, o El hombre del traje gris de Sloan, o Solo de Strindberg o La corrosión del carácter de Sennett. Ya no existe quien los leyó.

Así que este fin de semana intentaré seguir recuperando la lista de lecturas pasadas aunque solo sea para recuperar quien fui. Sabiendo que ya nunca seré quien los leyó. Buscando nuevas emociones que un día puedan definir quién era yo ahora dentro de otros diez años.

Salir de la versión móvil